por JcScG
A comienzos de la década de 1970 David Harvey escribía, que si bien se habían estudiado y examinados los fenómenos urbanos desde muchas perspectivas y puntos de vista, desarrollándose una vasta bibliografía al respecto, aún se buscaba en vano una teoría general que sistematizara los conocimientos que se poseen sobre la ciudad como entidad social, recogiendo el llamado efectuado por Louis Wirth en 1938, en su celebre trabajo Urbanism as a way of life (1) (Harvey 1985). A la luz de la evolución de la disciplina desde entonces, profundamente influida por la crisis de representatividad de las ciencias sociales, la emergencia de las corrientes posmodernistas y las actuales visiones neo-positivistas, la alusión de Harvey posee una vigencia inquietante, aún a casi 4 décadas de su formulación y a más de 70 años del llamado hecho por Wirth. Todo lo cual tiende a darle razón a la visión que plantea que después de la puesta en escena de la problemática urbana por parte de la Escuela de Chicago, la “sociólogía urbana” renunció a elaborar una teoría sobre la ciudad. (Clavel 2002)
Una de las paradojas del urbanismo moderno es que nace, como “movimiento intelectual” y a la vez como práctica profesional, para responder a los problemas causados por la explosiva urbanización experimentada a raíz de la Revolución Industrial (Hall, 1996). Del mismo modo que habían surgido otras disciplinas en el siglo XIX, como la sociología, para ofrecer respuestas a las profundas tansformaciones económicas, políticas y sociales que estaban experimentado las sociedades occidentales. Otra paradoja, no menor, es que la planificación urbana se vuelve imprescindible, luego de la crisis económica de 1873 (2), cuando la degradación de las principales ciudades industriales y portuarias, se hacía insostenible, y comienza a resultar evidente la necesidad de planificación tanto en la economía, como las ciudades (Sica 1978), pues tales situaciones obstaculizan, además, el desorrollo de las actividades económicas.

En este contexto, el urbanismo se fue nutriendo del fermento intectual de la época, en gran parte influenciado por una creciente sociología(3), la cual en su búsqueda de explicar las tranformaciones sociales producidas por la revolución industrial dio origen a una “sociología urbana” propiamente tal, hacia los años 20s. Sin embargo, a diferencia de los sociólogos, que intentaban “explicar” e “interpretar” con cierto grado de abstracción y objetividad la realidad social, lo cual les permitió generar una base teórica común, a los urbanistas se les asignó a su vez el rol práctico de “planificar” (4) el crecimiento de las ciudades, espacio en el cual confluían toda clase de perspectivas, desde la política a la ingeniería, tornando dificultoso generar algún tipo de base teórica compartida.
En este sentido, es posible entender el “urbanismo” sea como un “espacio de confluencia académica” o como una práctica social existente desde que se planifica la construcción y administración de ciudades, más que como una displicina científica en sí. Dicha “práctica” se habría nutrido, al menos, desde del siglo XIX de los aportes teóricos que provienen de diverso tipo de “estudios urbanos”(6), en los cuales convergen disciplinas tan diversas como la arquitectura, la sociología, la geografía, la ciencia política, la economía, el derecho o la antropología. A partir de entonces, tal y como se ha ido desarrollando hasta la fecha, dificilmente puede ser concebido como una disciplina ciéntifica en propiedad, pues no siendo de capaz de crear un campo de estudios propio y diferenciado, se pone en duda su propio carácter epistemólogico (Baigorri 1995).
No obstante, esta ausencia de un marco de referencia epistemológico propio, no significa una ausencia horizontes paradigmáticos(7), teorías e ideologías puestas en juego; muy por el contrario, implicaría una sobre abundacia de puntos de vistas y enfoques, muchas veces yuxtapuestos, y hasta contradictorios entre sí. Los cuales, lejos de ayudar a construir una base disciplinaria común, bien podrían haber acentuado la dificultad de crear teorías generales que explicasen los fenómenos urbanos (Harvey 1985); o bien, estarían en la base de cierta “mitología” del urbanismo como campo multidisciplinario, que estaría obstaculizando “la conceptualización en torno a unas Ciencias del Territorio, una de cuyas ramas” podría ser la urbanística (Baigorri 1995).
En el contexto de los estudios urbanos, el resultado no fue otro que la coexistencia visiones y paradigmas provenientes de tradiciones distintas, sin que existiese siempre claridad, sobre las fronteras o alcances de cada cual, llegando a confundirse muchas veces conceptos, o bien generándose malos entendidos, por la utilización no del todo pulcra de determinados enfoques teóricos, más por moda que por interés científico (8). Sin una adecuada decantación y comprensión de los “flujos” teóricos provenientes de las distintas vertientes de esta convergencia de enfoques académicos, en vez de urbanistas en sentido estricto, se estaría en presencia de sociologos urbanos, economistas de la ciudad, de derecho urbanístico, de arquitectos diseñadores de planos reguladores e ingenieros constructores de obras públicas. (Baigorri 1995)

Si seguimos el razonamiento de Jane Jacobs (9), quien consideraba ya a comienzos de los '60's a la ciudad como un “ecosistema”, sería justamente lafalta de una adecuada consideración por la complejidad, derivada de la confluencia de multiples variables interrelacionadas, el “talón de Aquiles” de la práctica urbanistica. Pues lo que se hizo evidente con la “crisis” de la modernidad industrial en los años 60's y 70's, es que los planificadores urbanos habrían intentado, por décadas, imponer ordenamientos artificiales, sin considerar la dinamicidad orgánica, intrínseca a las ciudades y las sociedades que las habitan. (Sparberg, 2006)
De acuerdo a la tesis de Peter Hall según la cual “mientras la academia iba por un lado, el mundo iba por otro”, compartida por buena parte de la comunidad académica, al menos desde los años 50s, se estaría asistiendo a una fractura paradojal entre la teoría urbana y la práctica urbanística, pues se produce justo en el momento en que comenzaba a adquirir un “cuerpo teórico puro” más formal y abstracto y la planificación urbana se habría institucionalizado. De hecho, según Hall, la institucionalización burocrática del “urbanista” habría contribuído a generar esta fractura, pues habría hecho perder la virtual independencia de la política de la cual habría gozado con anterioridad. Sin embargo, siendo considerada la planificación un instrumento de modernización dese sus orígenes, no resulta del todo claro que alguna vez haya existido tal independencia, lo cual puede implicar más una convergencia de fines que una ausencia de ingerencia política (Mazza 1993). En la medida que dichos fines entran seriamente en conflicto, ya a comienzos de los años 60s, las críticas provenientes de la academia ponen en duda la legitimidad misma del “urbanismo” como discplina ciéntifica.
Notas: